Sabina es el título de un nuevo texto de Ana Uhía Pérez que ha sido seleccionado por La Voz de Galicia para ser publicado en su sección Relatos de verán. Aquí queda para nuestro disfrute, además del comentario elogioso que encontramos en Galicia digital acerca de su autora.
Enhorabuena y que continúen llegando noticias así.
Enhorabuena y que continúen llegando noticias así.
Ahora el recuerdo era tan seco y lejano como un perfume envejecido entre las ropas. Sabina venía a veces sin cita previa, en sueños, le veía la cara o la prolongación de su espalda, que brotaba desde el colchón empapado en el sudor de nuestras carnes, la acuarela amarilla cayendo desde el sobaco ensangrentado hasta el lienzo.
Nunca pintábamos corazones fríos, sellábamos el grosor de la tela con la dentadura de la ola perfecta, natural del ombligo que moría en los gritos de una orillera barbada, secreto entre su falda y mis manos.
Sabina era una manera cruel de sonreír a la madrugada, unos ojos bonitos, un esqueleto enorme, orgullo, pudor inexplicable, terrorífico, cartera estrecha, mentirosa.
La había conocido en la playa de San Nicolás, la muchacha estaba desnuda y por eso me acerqué, le vi el culo empapado en las aguas y quise ayudarla.
-Muchacha, ¿se encuentra bien?
-¿Y por qué no debería estarlo caballero? Seguramente piensa que soy esposa de un cualquiera que dice o hace lo que quiere, más a mi amigo, a mi hombre, lo lleno de cuernos cuando Florentino aparece por la puerta y olvida la cartera en la cómoda del pasillo. Es un tonto y no se ha dado cuenta de dónde saco todo ese dinero que guardo bajo el colchón, mas si lo supiera me agarraría por el cuello y me pintaría los ojos de morado. Pero al fin y al cabo el cornudo cornudo es él, el cornudo es un imbécil y el otro, Florentino, es tan imbécil como el cornudo.
-Yo solo soy pintor señora.
-¡Pintor, ha dicho! Pobre hombre ¿Y qué pinta acaso?
-Solamente retratos, desnudos de mujeres malgastadas por los años y sonrisas.
-Pinte océanos, súbase allí a la roca más alta, empuñe su brocha y óigalo gritar. El mar es como los hombres, dócil muy pocas veces pero, sin embargo, a todos gusta el mar. Píntelo, píntelo cuando vea la talla y el color de la ola irrepetible y luego venga, míreme y dígame qué siente.
Cuando regresé con la pechera coloreada le ayudé a levantarse y la besé, porque Sabina era el viento que había empujado la ola plasmada sobre mi papel.
Con los años, infieles los dos, dibujamos corrientes en las pupilas del otro y un día Sabina se fue, y seguí amándola.
A norma ou a castración do artista . Viernes, 20 de agosto de 2010
Veño de ler o relato de verán que Ana Uhía publicou na Voz de Galicia. E fico asombrada. Di o xornal que a rapaza en cuestión non ten máis de 14 anos pero é dona dunha prosa extraordinariamente lúcida a pesar da súa idade ou, precisamente, grazas a ela. Son eses primeiros anos da andaina literaria, cando non hai reparos en escribir sobre historias decimonónicas, en imaxinar outros mundos sen pudor e sen temor a descubrir que non existen ou en adornar as palabras cunha morea de adxectivos inverosímiles que van dende o fervor onírico á realidade máis mundana e carnal. Os chanzos iniciais, humildes pero un chisco ambiciosos, que proxectan unha creatividade mesmo insultante cando non hai regras.
Pero logo vén a consciencia sobre a propia escrita, intervén o raciocinio que non entende de fantasías puerís pero si de cómo debe ser a colocación de suxeito, verbo e predicado e a propia vida cargada de esas experiencias que van deslindado o territorio creativo que cada vez o será en menor medida. E, entón, só aqueles que son quen de deixarse sorprender, de seguir mergullándose no mundo cos ollos curiosos dun neno grande mentres observan a realidade coa sabia arma do xa vivido, conseguen perfilar as historias verdadeiras, a personalidade deses personaxes cos que diariamente cruzamos un saúdo na escaleira do edificio ou na porta do traballo. Son os que unen coma ninguén esa sensibilidade primixenia co tempo percorrido no traxecto. Os que lle poñen corpo, rostro e voz ós nosos anhelos e ós nosos medos nas liñas que decorren sobre o papel. Ou sobre o lenzo. Ou sobre o escenario.
Os que sucumben ás normas alleas quedan polo camiño, escribindo para si mesmos e crendo que o fan para os demais. Nunha sorte de onanismo autocomplacente e, en calquera caso, estéril. Porque sen espontaneidade, sen candidez e mesmo sen descaro, non hai froitos, non hai lucidez. Non hai arte.
Parabéns a Ana e a todos eses pequenos artistas que son capaces de observar as cousas que non se ven, facultade que define a un verdadeiro escritor. E, por suposto, moito ánimo e moita sorte para continuar un sendeiro ás veces tortuoso pero sempre apaixonante. Que a vosa mirada siga sendo única. E incorruptible.
Pallares Vilar, Nerea: http://digitalgalicia.com/opinion/opinion.4726.php
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